Soy un venezolano en Sudamérica

 


Cientos de venezolanos en el paso fronterizo del Puente Rumichaca


                                 Soy un venezolano en Sudamérica

Viajar por Sudamérica ignorando a los venezolanos sería imposible, es como caminar por Buenos Aires y querer ignorar a los supermecados chinos: es inevitable, están por todos lados. Desde el día que llegamos a Lima - allá a fines de septiembre hasta el día en que nos volvimos a  Buenos Aires, nuestro paso por el norte de Perú, Ecuador y Colombia se vio marcado por su presencia.  Debido a la crisis,  -que comenzó hace unos años y sigue acentuándose cada vez- , miles de ellos se escapan todos los días buscando, simplemente, un lugar donde sobrevivir. Ya son 2,3 millones los que abandonaron Venezuela según datos de la ONU y, semana a semana, ese número sigue en ascenso. En Sudamérica, el país que recibe el mayor número de migrantes es Colombia: entre 70 mil y 80 mil entran a diario al país y según datos de Migración Colombiana hay más de un millón dando vueltas por ahí.  Si bien algunos se quedan, la mayoría - al igual que lo que sucede en Ecuador- lo ve como un país de paso: un puente hacia otros horizontes. Muchos de ellos se dirigen a Lima y otras grandes ciudades de Perú mientras que los demás prefieren ir aún más lejos en el mapa y llegar hasta Chile, Uruguay y Argentina -donde se registran más de 70.000 según la Dirección de Migraciones de nuestro país- copando las grandes y medianas ciudades. 

A medida que íbamos subiendo  en el mapa, y por razones geográficamente lógicas, nos íbamos encontrando con cada vez más de ellos. En las ciudades se hacía más común escuchar joropo en la calle o toparse con un puesto de arepas cada dos pasos. Con el tiempo fui distinguiendo su acento, su aspecto físico y su forma  de ser y, por un momento, creí conocer algo de Venezuela sin siquiera haber pisado su tierra.    
    
Nunca voy a sacarme de la cabeza el día que llegamos con Burzaco al Puente Rumichaca, el paso fronterizo entre Ecuador y Colombia. Después de hacer la salida de Ecuador nos fuimos para el lado colombiano a hacer la entrada al país y vimos cientos de venezolanos apretujados haciendo frontera. En una esquina había un puesto donde recibían atención médica y en otra, un puesto donde se les entregaba comida y ofrecían una llamada telefónica a su país. La situación estaba tan desbordada que había una fila para extranjeros de otros países y otra exclusivamente para ellos.  
   
 Como dije antes, estaban por todos lados, en los supermercados, en los transportes públicos, en los hospedajes, pero sobre todo en los semáforos. Quizás por eso yo fui el que más contacto tuvo con ellos.  No creo equivocarme si digo que desde Perú son contados con los dedos de la mano los faros que no tuve que compartir con venezolanos. Ellos, al no encontrar un trabajo estable, la mayoría terminaba laburando ahí. Algunos vendían bebidas, otros alimentos, otros preferían salir con una bolsa de caramelos y pedir una contribución, mientras que otros directamente mendigaban. Muchos de ellos tenían otra profesión en su país, pero de visitante, les era muy complicado ejercerla y terminaban rebuscándosela de otra manera.  En las esquinas uno podía encontrar ex-profesores de educación física, ex-obreros, ex-empleados públicos y lo que se les ocurra. Una vuelta me toco compartir semáforo con el personal trainer de algunos jugadores de fútbol de la primera división. Para que se den una idea, su moneda esta tan devaluada, que otra vía para conseguir guita era salir con billetes de su propio país y darlos a voluntad.  Cuando un venezolano nos explicó lo complicado que era satisfacer las necesidades básicas con un sueldo mínimo en su país - el equivalente a $1,75 centavos de dólar-  Don Torcuato le dijo:
- Es más barato limpiarse el culo con un billete que ir a comprar papel higiénico. 
Y tenía toda la razón. 
    
La situación más impactante la viví en Cali. A los pocos días de llegar, con Burzaco pegamos un Couchsurfing en el sur de la ciudad. Teóricamente, eso me convenía. En la cocina del hostel "Zanahoria" -donde nos quedamos la primera noche- una malabarista argentina me comento que se hacía una buena moneda, pero que el problema era encontrar semáforo, algo que se hizo evidente desde un principio
      
El primer día que salí con mi guitarra y  amplificador  estuve más de una hora dando vueltas porque, literalmente, no podía encontrar un semáforo vacío. No solo no estaban vacíos, sino que estaban desbordados, en cada uno había más de tres personas y la  mayoría -por no decir todos- eran venezolanos. Lo que más me llamo la atención era que primaba la actividad de mendigar por sobre las otras. Las intersecciones de las grandes avenidas era un desfile de personas con carteles en las manos pidiendo alguna moneda para una madre soltera sin trabajo, para una familia viviendo en la calle, para un pibe de 8 años con su hermano y para toda esa gente que estaba en situación de vulnerabilidad social. Tan complicada era su realidad, que para asegurarse de que nadie les saque el semáforo acampaban al lado de él. Llegue a ver familias enteras viviendo al lado de uno para que nadie le saque el puesto de trabajo. Esa tarde después de dar vueltas por un par de horas, termine trabajando con un vendedor de pan de queso. Cuando le pregunte al tipo si me dejaba tocar ahí porque no podía encontrar un semáforo vacío y necesitaba, básicamente, comer, el me respondió:
- Bienvenido a Cali, la ciudad donde se llega temprano a los semáforos.
 Como no podía ser de otra manera, él también era venezolano. 
     
Algo muy triste era la discriminación constante que sufrían en la calle. Cuando estaban haciendo dedo, a Burzaco y Don Torcuato, no los levantaban porque pensaban que era venezolanos, como si eso implicara que eran delincuentes. En una ocasión, un catalán me contó que haciendo dedo en Perú, los autos le tiraban basura diciéndole: -Vuelvan a su país venezolanos de mierda- Algo totalmente hipócrita teniendo en cuenta que 2.800.000 de peruanos  se encuentran actualmente fuera de su país -la mayoría en otros países sudamericanos-.  Por las calles de Lima, los "nacionalistas", fundamentan que les están robando el trabajo ya que los empleadores deciden tomarlos a ellos por razones, desde el punto de vista de su bolsillo, lógicas: trabajan más que un empleado común pero a casi la mitad del sueldo mínimo.

   
 En Colombia la situación es totalmente distinta. Al principio, y fiel a su estilo, los colombianos empezaron a recibir a sus hermanos latinos con los brazos abiertos, ofreciéndole asilo tratando de devolverles el favor que ellos les hicieron en los años 70 con el boom del petróleo. Pero a medida que fueron cayendo más y más, el panorama -y la recepción- cambio por completo.  
   
  A David lo conocimos cuando nos levantó en su taxi a Burzaco y a mí en la ruta 25 a las afueras de Cali. Estaba arañando los 30,  tenía los ojos brillosos, un carisma envidiable, muchas deudas y unos dientes perfectamente blancos que contrastaban  con su piel morena. Cuando le preguntamos cómo era la  situación de los venezolanos en su país él nos respondió:     
      - Al principio la gente los ayudaba mucho, pero después el colombiano se empezó a asustar porque  en la televisión empezaron a  pasar casos donde venezolanos robaban las casas de aquellos que los hospedaban y, a veces, los mataban. Entonces, la gente empezó a cerrarle las puertas de su casa.
   
 En las últimas semanas de viaje conocimos a Ángel en Taganga, norte de Colombia -distrito de Santa Marta-. Tenía un poco más de cuarenta años, era alto, moreno pero no tanto como para llamar la atención y tenía los contactos adecuados para conseguir cosas a buen precio y de calidad. Hacia un poco más de un año que se había fugado de Venezuela y después de dar algunas vueltas por otras partes de  Colombia decidió volver al Caribe. Sin ir más lejos, él fue una de las personas más amables y abiertas que conocimos en el viaje. Amante de la cocina, fanático de Master Chef, pescador momentáneo, ex-carpintero y ahora  changuero más de una vez nos deleitó con una comida de primer nivel y con arepas de su tierra natal. Tiempo atrás cuando pudo vender las máquinas que tenía en su carpintería, junto lo que tenía y decidió venir para Colombia a buscar un lugar donde forjar un futuro mejor para él y su familia. Lo peor fue cuando al llegar a la frontera, la policía de su propio país le robo toda la plata y todo lo que tenía de valor encima. Por más lamentable que les pueda parecer, no era la primera vez que escuchaba esa historia. Ahora estaba buscando la manera de asentarse en Taganga, buscar un ingreso fijo para traer a su familia. Al igual que Ángel, la gran mayoría se ve obligado a dejar a sus seres queridos en Venezuela y mandarles la plata que puedan conseguir para que subsistan. Son muy pocos los que tienen la suerte de poder trasladar a toda su familia con ellos.  
   
A medida que pasa el tiempo, la situación se pone cada vez más caliente, tan así, que más de una vez escuche la palabra guerra. En una ocasión, un tipo medio bizarro, que conocí en el semáforo,  me invito una pizza y me hablo de la posible guerra que puede haber entre venezolanos y colombianos. En otra ocasión, un joven militar de 18 años, nos invitó una cerveza en la playa de Cartagena con el objetivo de entablar una relación con turistas y, en medio de nuestra charla dijo:  
"Una guerra entre Colombia y Venezuela le haría bien a mi país. A los colombianos le falta patriotismo, y de esta manera lo podemos recuperar. Me encantaría poder luchar por mi país y si toca morir, seria por una buena causa".   Cuando escuche estas palabras programadas, casi escupo el trago de cerveza que estaba tomando y no pude dejar de pensar que lejos que estaba mi  percepción de "una buena causa" de la suya.
    
En una ocasión me toco compartir la oficina con un grupo de más de cinco limpia-vidrios venezolanos que se sumaban a la veintena de ellos que cubrían los cuatro semáforos de la intersección entre la Avenida Ferrocarril y la calle 29 de la ciudad de Santa Marta. En el respiro que te da la luz verde, empecé a ser interrogado por uno de ellos: 
- ¿Tu eres de Estado´ Unido´? 
Me pregunto mientras me hacía una escaneada de pies a cabeza con sus ojos.
- No, de Argentina.
- Ah - responde, sin entender de que estoy hablando - ¿cuántos años tienes?
- 23 ¿y vos?
- 17 ¿porque te fuiste de tu país, allá también están mal?  
- Estamos en eso, pero no me fui por eso, estoy viajando con unos amigos, viendo qué pasa en los demás países del continente. 
En el próximo semáforo en verde el pibe vuelve y ahora soy yo el que lo interroga:
- Y ¿te va bien trabajando en el semáforo?
- Me alcanza, solo necesito 20 mil colombianos por día, hoy ya voy 10, pero para ustedes eso no es nada porque tienen dólares.
 - En Argentina, no hay dólares eh, manejamos  el peso argentino y está bastante devaluado.  Si tuviera  dólares, no estaría acá.
    
A los pocos metros, veo que una venezolana de veinti-tantos, que se dedicaba a revolear la cadera con un trapo en la mano yendo de auto en auto para llamar la atención de algún posible cliente, se me acerca y me pregunta:
- ¿Hablas español o solo entiendes?
-  Hablo y entiendo, en Argentina también se habla español, como en la mayoría de los países de Sudamérica.
- Ah, porque a algunos gringos yo les hablo y no me entienden.
- Claro, pero yo no soy gringo, aunque no parezca, yo también soy latino.
- (se ríe) Que no vas a ser gringo..Me dice mientras cruza la calle para darle una botella de jugo que tenía en la otra mano a su novio.
Cuando escucho esto me río y pienso que a veces no hay que dar tantas explicaciones. En el próximo semáforo en verde vuelve el primer limpia-vidrios: 
- ¿Argentina en que parte de Estado´ Unido´ queda? 
- Argentina es un país de América del sur - le digo mientras pienso qué útil hubiera sido un mapa en esa situación-  estamos abajo del continente y  Estados Unidos está en el Norte de América y hablan inglés ¿hace mucho te viniste para acá?
- Sí hace tres años, allí tengo una hija, mi madre me llamó ayer y me preguntó si me estaba metiendo en cosas malas porque le dijeron  eso. Pero yo le dije que no, que aquí estoy bien, no me estoy metiendo en eso de la droga ni estoy robando. Yo estoy con Dios y él no me va a dejar meterme en eso.
    
Cuando el semáforo se puso en rojo, cuatro chicos de entre 13 y 17 años victimas de demasiadas falencias de nuestra sociedad y exiliados casi -¿casi?- a la fuerza de su país, saltaron, sin pedir permiso, sobre los  parabrisas de los autos tirando chorros de agua con detergente y empezaron a deslizar sus limpia-vidrios de un lado a otro mientras recitaban frases que parecían guionadas; al mismo tiempo, un pibe de 23 años –exiliado por elección-que dice ser latino pero que, según la mayoría de ellos no lo es, aparece con un amplificador a batería, una guitarra  y empieza a tocar el riff del hombre- araña saltando de un lado al otro de la senda peatonal.
   
Al escucharlo, los chicos venezolanos bailan al son de las pocas notas pentatónicas de la melodía yankee mientras apoyan el vidrio contra la ventana del conductor y dicen:
 - ¿No me da una moneda para el arriendo señor?
    Al igual que todo Sudamérica, ese semáforo era un auténtico quilombo cultural.



 



Comentarios

  1. Excelente post!! una mirada muy autentica de la realidad . Lamentablemente la cosa fue empeorando desde el 2016. En aquel momento había muchos migrantes venezolanos tanto en Colombia como en Ecuador, sin embargo tu relato describe la cruel situación de ellos que empeora día tras día!!

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    1. Gracias Gabi! Es algo muy shockeante lo que esta pasando con los venezolanos y todos nos tendriamos que solidarizar con su situación

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