Cuatro días para sobrevivir antes de llegar a casa.


  











  Eran casi las cinco de la tarde del último domingo que íbamos a estar en Colombia. Hace ya 12 días que estábamos en la playa de Taganga (en el distrito de Santa Marta)  y más de 240 (aunque parecían miles) que estábamos fuera de nuestras casas. Claypole, Burzaco y yo nos estábamos calzando nuestras mochilas mientras nos despedíamos de Mármol, el único que iba a seguir de gira. Dos días atrás, Don Torcuato estaba haciendo lo mismo que nosotros. Él fue el primero en subirse a un avión que lo iba a dejar en Buenos Aires. A diferencia de el (que opto por tomarse un colectivo para ir a Bogotá, desde donde tenía el vuelo) nosotros decidimos ir a dedo (aprovechando que todavía teníamos una semana más de viaje). Desde Lima que veníamos sumando kilómetros con el pulgar y hasta el momento íbamos más de 4000 kilómetros. Por eso, creíamos que los 950 km que nos separaban de Bogotá no iban a ser ningún problema. Jamás me imagine que esos días en la ruta iban a ser de lo más convulsionados de todo el viaje.




Última foto todos juntos

Día 1: Una noche con Jack Sparrow
  
 

Cuando nos bajamos del colectivo que nos dejó en Valle de Gaira (un barrio a las afuera de Santa Marta) ya se estaba haciendo de noche y, mientras buscábamos un lugar donde acampar, se nos acercó Eduardo. Apenas nos vio se dirigió directo a nosotros y, sin dudarlo un segundo, nos ofreció quedarnos en su casa. Eduardo era (sin joder) el estereotipo perfecto de  Pirata del Caribe. Tenía la pinta de un Jack Sparrow después de haberse escabiado cinco litros de ron y de haber sido arrollado por el propio Perla Negra. Usaba una vincha para agarrar sus rastas naturales (las cuales tenia decoradas con anillos) y todo el tiempo hacia muecas con su cara. Por un momento dude si Johnny Depp, en vez de inspirarse en Keith Richards, imito los gestos de Eduardo para su papel en la película de Disney. Como sea, después de intercambiar algunas miradas dubitativas entre los tres, aceptamos su invitación  y lo seguimos  hasta su casa. A simple vista uno podía darse cuenta que todo en su vida estaba revuelto, su casa, la cual pudo construir en un terreno baldío (no sin antes tener que luchar con otros ocupas de por medio) que encontró hace 10 años, su mochila, la cual llevaba a todos lados con sus artesanías y hasta su cara, la cual (como dijo el mismo) comió mucho piso a lo largo de su vida. Esa noche tiramos carpa en una de las tantas parcelas que  estaba armando para hospedar mochileros desorientados que, como nosotros, caían de sorpresa por su barrio.
 
Al otro día mientras desayunábamos los cuatro juntos, Eduardo nos contó un poco de su vida. Oriundo de Medellín nos dijo que después de dar una vuelta de once años por Sudamérica cayó en Santa Marta. Tenía dos hijos que nunca veía y pasaba sus días deambulando por el barrio. Cuando le comentamos que estábamos viajando a dedo, él nos preguntó: "¿Tienen cuchillo?" Al decirle que no, instantáneamente se alarmo, se levantó de la silla y nos dijo: "¿¡Cómo!? ¿Andan por "Locombia" sin cuchillo? ¿Ustedes están locos? Con tanto barrista dando vuelta por ahí" Acto siguiente agarro uno de los pocos cuchillos que tenía y nos lo regaló para que nos protegiéramos. Después de ese gesto de amistad, levantamos nuestras cosas, nos despedimos de Jack y nos fuimos a la ruta.




   Amaneciendo con Eduardo.

Dia 2: ¿Fumás? Cigarrillo no.

   

  Nuestro segundo día rutero no fue como lo esperamos. Como era feriado nacional, las rutas estaban  vacías, después de esperar una hora abajo del sol desistimos y nos fuimos para la playa a almorzar y disfrutar de la última vez que íbamos a ver el mar en el viaje. Cuando terminamos de comer, nos tomamos un bondi que nos adelantó hasta donde estaba la ruta que iba para Bogotá. Al bajarnos del colectivo empezamos a caminar para encontrar alguna banquina donde los autos pudieran frenar. Para que se den una idea, la ruta estaba en tan malas condiciones que tuvimos que caminar casi una hora hasta que encontramos un lugar decente donde hacer dedo. La cuestión era que ya se estaba haciendo de noche, no teníamos nada de comida y estábamos bastante lejos del pueblo más cercano. De a poco nos íbamos entregando a la idea de tener que pasar la noche con el estómago vacío y esperar que al otro día nos levanten rápido.

  Afortunadamente, el destino nos mandó la cena por su cuenta. Mientras aprovechábamos los últimos minutos de luz haciendo dedo, un hombre salió de la entrada de una finca con un racimo de plátanos. Al verlo, no lo dudamos ni un segundo y nos acercamos a preguntarle si nos podía regalar algunos. No solo nos dio suficientes para que cenemos los tres esa noche, sino que mando a buscar más al pibe que estaba con él. A los pocos minutos volvió con (no estoy exagerando) alrededor de 40 plátanos.

  Cuando cayó la noche buscamos refugio en una estación de servicio abandonada y nos pusimos a buscar leña. Mientras estábamos haciendo el fuego algo muy raro pasó. Levanto la vista y veo que se nos están acercando cinco militares. Al ver esto, le digo a Claypole que apague el fuego. En mi cabeza ya estaba "mal-viajando". Imagínense, éramos tres mochileros en Colombia, acampando de noche en el medio de la nada  y veo que se nos acercan una banda de gendarmes. Tengo que admitirlo: me cagué todo. Más teniendo en cuenta que casi todas nuestras experiencias con policías/militares no fueron muy amigables que digamos.

  Por suerte, los oficiales solo querían hablar. Estaban a punto de entrar en servicio y querían saber quiénes eran estos tres hippies con miles de plátanos que estaban acampando en una estación de servicio abandonada. De más esta decir que su tarea era bastante extraña: ponerse al costado de la ruta y saludar a la gente que pasaba en medio de la noche. Lo más gracioso pasó cuando  se estaban yendo. El comandante se prende un cigarrillo nos mira y nos pregunta: "¿Fuman? “A lo que Burzaco le responde: "Cigarrillo no". Al responderle esto, hubo unos segundos incomodos en los que nos mira y donde yo pensaba: "Bien amigo, lo único que falta es que nos revisen y tengamos que empezar a dar explicaciones" Por suerte, lo dejo pasar y se fue sin decirnos nada. Esa noche comimos tres tipos de plátanos distintos: frito, a los brasas y asado.






 De noche plátanos, de mañana plátanos.



Dia 3: Limón entre las piernas:

    

  Al otro día, apenas salió el sol, empezamos a hacer dedo. Después de  estar más de dos horas sin ser levantados, los militares reaparecieron  para retomar el servicio. Esto no fue de ayuda ya que ni siquiera los colectivos de media distancia nos querían frenar. Por eso decidimos avanzar hasta encontrar otro lugar donde hacer dedo. Caminamos por un buen rato pero no encontrábamos ninguna banquina decente, hace ya más de cuatro  horas que estábamos despiertos y el sol empezaba a pegar. La ruta no nos estaba ayudando y ya nos empezábamos a impacientar. Cuando de repente, mientras estábamos pidiendo agua, Claypole revoleo el pulgar a la distancia y un camión empezó a bajar la velocidad invitándonos a subir a la caja. Así fue que corrimos en el medio del asfalto  y como pudimos nos colgamos del camión para subirnos a el. Para las personas que estaban al costado de la ruta habrá sido bastante gracioso ver a tres tipo corriendo por el medio de la ruta con una guitarra y cuatro mochilas, treparse al portón y caer en la caja de un camión.

  Apenas nos subimos, empezamos a intentar adivinar donde nos iba a dejar. Los más positivos decíamos Bucaramanga (una ciudad a 350 kms de donde estábamos) Mientras seguíamos descifrando donde nos íbamos a dejar,  el conductor freno y nos bajó en un pueblito a solo 10 minutos de donde nos había levantado. Todo suma.  En ese lugar estuvimos un buen rato hasta que un auto nos levantó y nos adelantó unos pocos kilómetros hasta  un pueblo llamado Aracataca. Si bien teníamos tres días más para llegar a Bogotá, no estábamos teniendo una buena racha. En dos días solo habíamos podido avanzar 80 kilómetros y todavía nos faltaban 850. A la salida de Aracataca un auto frenó y ofreció llevarnos a solos dos de nosotros por el poco espacio que tenía. Así fue que Burzaco y yo nos subimos al auto de Carlos, el conductor. Su acompañante se llamaba John, un pibe de 16 años que acababa de ser fichado por la reserva de Rosario Central y al otro día se iba para Argentina. 
 
  Carlos nos dejó en una estación de servicio a las afueras de Fundación. Ya era el mediodía y el sol estaba insoportable, por más que intentábamos, era imposible hacer dedo. Estuvimos toda la tarde en ese pedazo de asfalto y nadie nos levantaba, los camioneros que frenaban no nos querían llevar y parecía que Claypole estaba teniendo la misma suerte. Por eso, decidió tomarse un colectivo que lo dejo donde estábamos nosotros. Esa tarde mientras estábamos haciendo dedo con Burzaco, apareció un hombre de la nada y, como no podía ser de otra manera, se nos puso a hablar de la palabra del Señor. En un momento, el tipo ve que tenía las piernas llenas de picaduras de mosquitos y saca de una bolsa donde tenías todas sus casas un limón, lo corta y sin preguntar me lo empieza a pasar por las piernas. Toda la secuencia fue bastante extraña. En un momento saco los papeles que yo tenia al costado de mi mochila y los empezó a tirar a la ruta. Cuando termino de hacer esto, agarro sus cosas y se fue. Hay personajes realmente muy complejos en el mundo.

  Esa noche, después de reencontrarnos con Claypole, dormimos en el local de Cecilia, una abuela que se apiado de nosotros y después de darnos varios cafés y un plato de comida, nos habilito un viejo local que tenía para tirar las bolsas de dormir.




Día 4:  Piña va, piña viene...



 Cuando llegó el miércoles de esa semana tan convulsionada, parecía que ya estábamos hace  semanas en la ruta. La realidad es que no estábamos teniendo un buen promedio, hace ya tres días que habíamos salido de Santa Marta y no habíamos hecho ni siquiera un tercio del recorrido que teníamos por delante.  Por suerte, las cosas iban a cambiar y ese día íbamos a poder avanzar un buen tramo pero no sin antes tener que, literalmente, pelear por nuestro transporte.

  Después de despedirnos de Cecilia, nos fuimos para un peaje que estaba a unos pocos metros de su casa y después de esperar algunos minutos pudimos subirnos a la parte de atrás de una mula (como se le dice a algunos camiones de carga en Colombia) que nos iba a dejar a las afueras de Bucaramanga (a 420 km de Bogotá). Las próximas tres horas viajamos bastantes tranquilos, íbamos hablando y tomando sol rodeados de chapas hasta que alguien irrumpió nuestra comodidad.

  Estábamos lo más tranquilos cuando de repente el camión empieza a bajar la velocidad y en eso veo que alguien se cuelga al camión, se sube y se dirige hacia nosotros. Era un barrista (o barrabrava) del Atlético Medellín que venía de una gira de dos días colgándose de camiones para llegar a su pueblo. Miles de veces nos habían advertido de ellos pero nunca tuvimos que lidiar con alguno de ellos.

  Apenas se subió al camión y se sentó al lado de nosotros, nos dimos cuenta que no venía en un plan muy amigable. Nos empezó a preguntar demasiadas cosas y hasta nos quiso manguear unas zapatillas. En un momento le agarro la mochila a Claypole y se la abre. Al ver esto, nosotros se la sacamos y se la empezamos a agitar. El tipo no nos podía ni contestar, tenía muchísima gira encima como para coordinar dos oraciones. Los próximos cuarenta minutos fueron de pura tensión. Todos sabíamos que en cualquier momento se iba a armar. En un momento dado, el camión empezó a frenar y el tipo se levanta,  agarra la mochila de Claypole y dice: "Esta me la llevo". Lo que paso después fue digno de una de esas películas  de acción de Hollywood.

 Claypole se le tira encima al chabón, lo agarra del cuello y lo empieza a asfixiar mientras le empezamos a pegar. A los gritos dice: "Burzaco, ¡Descárgate!" Después de dos piñas en la cara el tipo empezó a gritar que lo soltemos. En eso, se le levanta la remera y le saco del pantalón, más que un machete, una espada. El tipo tenía un cuchillo de cincuenta centímetros de largo. Cuando vemos esto, nos miramos entre los tres y le seguimos pegando con más bronca todavía. Al ver esto, Burzaco le saca el pantalón para ver si tenía algo más mientras yo tiro el machete y su ropa al costado de la ruta. La adrenalina de los tres estaba al mango, tan así, que ¡Burzaco lo quería tirar en pleno movimiento! Mientras tanto, el camión seguía andando, el chofer no se había percatado que sus cuatro pasajeros se estaban matando a piñas mientras los autos que estaban atrás miraban todo el espectáculo. Al rato el chabón frena y se baja de la cabina con un chumbo en la mano. Acto siguiente, tiramos al tipo del costado de la ruta mientras el chofer gritaba: "Oríllenlo, oríllenlo" Toda la escena termino con el chabón en calzones al costado de la ruta, toda la cara llena de sangre y tirándose encima de los autos para que lo lleven mientas estos lo esquivaban. Después de esos breves, pero intensos momentos de locura, el camionero frenó en un parador y nos dio un machete para defendernos
¿Quién iba a decir que iba a ser tan complicado volver a nuestras casas?


 Antes de la secuencia con el barrista.

    

  El resto del día viajamos sin ningún problema pero siempre alerta a que nadie se quiera subir al camión. Esa noche dormimos en un parador repleto de venezolanos que se estaban escapando de su país y se dirigían hacia el sur para buscar un futuro mejor (o un futuro en sí). Como se pueden dar cuenta, las rutas colombianas son un auténtico quilombo. Por un lado están los barristas que usan las mulas como medio de transporte para ver a sus equipos, por otro lado estamos los mochileros  y finalmente están los venezolanos. La situación de estos últimos es realmente muy jodida. Muchos de ellos  viajan sin nada de plata, buscando un futuro en algún lugar del continente donde puedan simplemente sobrevivir. Esa noche conocimos una pareja mayor que estaba viajando en camiones con sus sobrinos hace más de una semana rumbo a Ecuador para reencontrarse con sus hijos. A pesar de todo esto, su sonrisa nunca se desdibujaba de su cara y nos repetían: "Mi país es hermoso, ahora estamos mal, pero cuando nos mejoremos los voy a invitar a mi casa, les va a encantar" Háblenme de optimismo.



Dia 4: "Sin muertos no se pueden pagar las cuentas"

   

  Hay anécdotas que ni siquiera imaginándotelas te las podes creer. Historias donde la realidad supera la ficción. Pero, para ser sincero, eso es lo que buscamos cuando viajamos ¿no? Historias que contar que sean únicas. Mientras más bizarro y fuera de lo común, mejor. Anécdotas de las que uno se pueda apropiar y que sepa que nadie más las puede contar.
   
   Al otro día,  después de pasar la noche en un parador con decenas de venezolanos, esperamos a que algún camión frene para subirnos a la caja y seguir nuestro viaje. Estábamos destruidos. Hace cuatro días que no comíamos bien, dormíamos peor y la experiencia con el barrista mucho no había ayudado. Burzaco podía dar fe de eso. Las dos piñas que le dio al tipo le jodieron la mano, le dolía mucho y a medida que el tiempo pasaba se le iba hinchando cada vez más. Dentro de todo estábamos cerca de Bogotá y teníamos tiempo para llegar pero nuestros cuerpos pedían asilo cuanto antes.
 
  Estuvimos horas hasta que un auto negro freno y se ofreció adelantarnos una buena cantidad de kilómetros. Jamás me iba a imaginar lo que iba a ver cuándo Oscar (el conductor) abrió la parte de atrás de la camioneta para que metamos las mochilas. Un cuerpo humano. Si, un cuerpo humano. En el momento que abrió la puerta, Oscar nos miró y nos dijo: "Súbanse si no tienen problema de viajar al lado de un cadaver" Al ver nuestras caras de sorpresa agregó: "No se preocupen, no pasa nada, es solo materia, no tiene  vida"  Oscar era el ejemplo claro de cómo cualquier trabajo uno lo puedo naturalizar sin ningún problema. Al igual que la persona que trabaja en un matadero o aquel que se gana la vida enterrando cuerpos. Oscar estaba totalmente acostumbrado a su trabajo y, es más, le encantaba. A cada rato nos repetía "Me encanta mi trabajo, viajo por todo el país llevando y trayendo cuerpos, el problema es cuando la gente no muere y empiezan a llegar las cuentas" nos decía mientras nos miraba y se le escapa una sonrisa. A cada rato  decía que no entendía porque la gente le preguntaba si no tenía miedo de viajar el solo con un muerto. El mismo nos contó que hasta dormía al lado de ellos cuando anochecía y se veía obligado a dormir al costado de la ruta. Nos decía que más miedo le daba cuando trabajaba de taxista en Bogotá. Irónicamente, el cuerpo era el de un ex militar. Para concluir, Oscar tenía razón, uno si se acostumbra rápido a la idea de viajar con un cuerpo. Tan así que Burzaco término roncando a su lado.

 Oscar nos dejó en un desvió a solo seis horas de Bogotá. Después de caminar unos pocos metros, revoleamos el pulgar y un camión bajo la velocidad y freno en la banquina. Ya habíamos llegado. Estábamos 100% seguros de que ese camión iba hacia nuestro destino. Las próximas seis horas de viaje fuimos arriba de unas piedras fumando, tomando sol y disfrutando por última vez de la belleza de las rutas colombianas. Ese camión no solos nos llevó directo a Bogotá, sino que (para nuestra sorpresa) nos dejó casi en el centro de la ciudad. Algo bastante raro ya que los camiones tan grandes no suelen entrar a las ciudades y menos en hora pico.

  Cuando nos bajamos del camión estábamos exhaustos. No dábamos más. A nuestras espaldas no teníamos solo cuatro días intensos de ruta sino casi 8 meses de una gira increíble que ya estaba llegando a su fin. Los próximos días esperamos a que llegue el papá de Burzaco que iba a vacacionar con él durante otros diez días, y Claypole y yo, nos tomamos un avión de vuelta a nuestras casas.

  Esos cuatro días en la ruta resumieron a la perfección lo que fue la esencia del viaje. Ocho meses de pura adrenalina donde kilometro a kilometro fuimos cosechando anécdotas únicas  e irrepetibles. Todas esas historias, todas las personas que fuimos conociendo y todas las experiencias que tuvimos poco a poco (y sin darnos cuenta) nos fueron moldeando y cambiando a nosotros mismos.


Volviendo a casa





     

Comentarios

  1. Graciassss!! Por tus relatos tan genuinos y geniales!! Por mas rutas!! Ños quiero!!

    ResponderEliminar
  2. Increible chicos... Gran experiencia !!Me alegra mucho q hayan podido cumplir con el sueño q tenían .

    ResponderEliminar
  3. Cai acá todavía no se cómo pero me encanto. Las expectativas, experiencias, anécdotas... Los felicito. Muchas gracias por regalar parte del viaje. Saludos!

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares