"Él es Pio - Pio y yo soy su mamá" : Crónicas de un pollito que quizo ser viajero









-Él es Pío - Pío y yo soy su mamá-: Crónicas de un pollito que quiso ser viajero



Eran las dos de la tarde de un jueves y Cali, como siempre, estaba caliente. El sol pegaba fuerte en la calle y todavía más adentro de la mini-buseta que nos estaba llevando, a Burzaco y a mí, al centro de la ciudad para reencontrarnos con los chicos.  que extrañaba al glorioso 160 con aire acondicionado en ese momento.  Hace una semana que habíamos llegado a la ciudad salsera y estuvimos casi cinco días sin saber nada de ellos. No contestaban los mensajes y ya nos estábamos empezando a preocupar. Los chistes del tipo: -Bueno, ahora va a ser más fácil encontrar Couchsurfing- o -Vamos a viajar más livianos- ya no hacían tanta gracia. Lo último que supimos de ellos es que habían salido de Nueva Loja - un pueblo en el amazonas ecuatoriano- y que ahora eran cuatro viajando: Claypole  había adoptado un pollito. El día anterior  habíamos recibido un mensaje de ellos diciendo que estaban a las afueras de Cali y que iban a entrar al otro día a la ciudad. Como en la casa de Karin -nuestra host finlandesa de Couchsurfing-  no había más lugar, les pasamos la ubicación del Zanahoria,  el hostel que nos dio asilo la primera noche en Cali.


Pío y su casita móvil en Nueva Loja.

   Esa tarde cuando abro la puerta del hostel y doy unos pasos para entrar al hall central, veo a mis tres amigos con cara de demasiada ruta encima, a su lado, sus bolsos todos mojados producto de una lluvia intensa que los agar en la selva amazónica en la parte de atrás de un camión y, sobre la mesa de ping pong, - donde se iban a librar mil batallas-  veo un pollito del tamaño de una lata de cerveza de 360ml cagando adentro de  una casita de cartón: así conocí a Pío - Pío.


Arriba de un camión después de hacer dedo.

    Pío - pío nació en algún momento entre el 5 y el 6 de noviembre, pero el curso de su vida cambio el 7 de ese mismo mes cuando Claypole iba caminando con su manguero por el centro de Nueva Loja, pasa por una veterinaria, y ve en una jaula decenas de pollitos todos apretujados como bonaerenses un lunes a las 7:30 de la mañana  en el Tren Roca. Al ver esto, no dudó ni un segundo y entró al local a ofrecerle al dueño el mejor trato que podía esperar: - Hola, no tengo plata, pero quiero tener una mascota, te cambio un pollito por algunas pulseras, elegí las que quieras, te juro que lo voy a cuidar -. Y así, con ese magnífico discurso empresarial, el hombre acepto. Eligió dos pulseras para sus hijas y le entregó a mi amigo un pollito con una bolsa de maíz de regalo para alimentarlo. Al llegar a la casa de Don Pedro -el hombre que los estaba hospedando-, y después de bautizarlo Pío - Pío,  le hizo un monoambiente con los restos de una caja de cartón para poder transportarlo.


Claypole y Pío - Pío el dia que lo adoptó.

Al principio nadie le veía mucho futuro a esta nueva flasheada de Claypole. Mármol, Don Torcuato, Tincho y Leila - los increíbles marplatenses con los que viajamos los últimos dos meses de viaje- jugaban a adivinar cuanto tiempo le iba a durar en sus manos. Los menos positivos decían una semana, los mas esperanzadores se arriesgaban a decir 20 días, pero ninguno se imaginaba que Claypole tenia la capacidad para cuidarlo lo que quedaba del viaje. Con el tiempo fue cerrando un par de bocas y le dio al pollito una vida mucho mejor de la que le esperaba.  



Viajar con un pollito bajo el brazo tenía encanto, no hay duda de eso, y a los pocos días de adoptarlo eso se confirmó. Hace poco que habían cruzado la frontera y estaban arriba de un camión cuando la gendarmería los frenó y les pidió amablemente si podían bajarse de la caja para hacerle una requisa, después de dar vueltas sus mochilas y no encontrarles nada, miraron con desconfianza una caja de cartón que traía uno de esos hippies y le preguntaron: - ¿Que tiene ahí? -  - Un pollito - le respondió Claypole con toda soltura. Después de mirarse con desconfianza entre ellos, uno de los oficiales le pidió que  abriera la caja. Al hacerlo, un pollito bebe asomó la cabeza y empezó a mirar a su alrededor, al ver esto,  los militares rieron diciendo - ¡Sí tenia un pollito! -. ¿Y que esperaban oficiales? 



A dúo con Pío en el hostel Zanahoria en Cali

Si la milicia aflojaba frente a ese pajarraco, cualquiera lo iba a hacer. Una vez en el centro de Medellín quisimos entrar a un museo y Claypole escondió a Pío en su mochila para poder pasarlo, la cuestión es que, al entrar, una mujer le reviso la mochila y al abrirla, Pío - Pío salio volando buscando  oxigeno. Tremendo susto se pegó la señora. Se echó para atrás diciendo: - ¡La puta, que es eso! -. Acto siguiente, todo el personal de seguridad y algunos turistas nos rodearon y Claypole desplegó todo su Speech introduciendo a su mascota. Hay que admitirlo, Claypole sabía como usarlo a su favor. En los hostels, en la calle, en el subte y a donde iba, todas las minas se paraban a mirar al tipo con un pollito en su hombro y le empezaban a hablar. Aprovechando la situación, y mientras le daba de su mano un puñado de maíz, empezaba la conversación siempre de la misma manera: - El es Pío - Pío y yo soy su mama - y listo.


Como camuflar un pollito en el subte.


Al poco tiempo ya era uno de nosotros. Se subía a nuestros hombros e iba pasando de uno en uno aleteando para aterrizar en el hombro del otro. Desde el día que Claypole lo adopto lo acostumbró a hacer esto, entonces, a medida que iba creciendo -y créanme que lo hacia muy rápido- era muy gracioso ver caminar a alguno de nosotros con un gallo  en el hombro. A donde vayamos -y más en las ciudades grandes- cada dos pasos lo frenaban para hablarle del pollito. No podíamos esperar otra cosa,  vernos caminar a los cinco por la ciudad  como una fila de patos con un pollito habrá sido muy bizarro.  Cuando Claypole entraba a las panaderías a pedir un poco de pan para el pájaro, le daban un kilo que terminábamos comiendo nosotros.


 Aunque nos daba muchas satisfacciones, en varias ocasiones llegue a odiarlo. Más de una vez cuando dormíamos en carpa, me levantaba a las siete de la mañana con el pájaro arriba de mi bolsa de dormir mirándome a los ojos desafiándome y, después de un leve movimiento de cuerpo, dejaba caer un pedazo de caca sobre mi hombro. Lo quería matar. No era una buena manera de empezar el día. Otras mil veces estuve al borde de la desgracia cuando abría los ojos a la mañana y veía muy cerca de mi cara, en el piso de la carpa, un pedazo de caca color blanco y marrón a centímetros de mi nariz. A eso lo llamo vivir al límite.



Pío caminando por Medellín.



Cuando estábamos haciendo dedo en el tramo que divide Cali de Medellín, casi perdemos a Pío en el agua. Después de bajarnos de un camión decidimos irnos a la orilla del río a refrescarnos y almorzar, hace días que estábamos en la ruta y esa tarde el sol estaba insoportable. Después de despojarnos de todas nuestras ropas, nos metimos al río y nos apoyamos en una piedra a disfrutar del agua cristalina que bajaba a toda velocidad mientras nos impactaba el cuerpo. A los pocos minutos escuchamos a Pío acercarse a la orilla, nos mirábamos entre los tres, y sin decir nada,  rogamos que por favor ni se le ocurra saltar. Pero no nos habíamos percatado de algo: ese pollito era como un cachorro. No podía estar lejos de Claypole, entonces, al ver que su tutor estaba en el agua el también quiso sumarse. Así, después de un breve momento de tensión donde los cuatro nos miramos, Pío abrió las alas y saltó queriendo alcanzar a Claypole. Lamentablemente, esos pocos metros que separaban la orilla de la piedra donde estábamos nosotros fueron demasiado para su  vuelo y cayó al río.  La corriente lo empezó a arrastra con fuerza mientras cacareaba con desesperación. En un instante que pareció eterno, y que yo lo observe en cámara lenta, Claypole lo siguió con la mirada y dijo: -¡No, Pió!-. Mientras veía como su pollito esta al borde de ser arrastrado por una corriente hasta el olvido, se levantó, estiró el cuerpo y lo agarró en el momento justo. Afortunadamente pudo rescatarlo  y lo sacó del agua  temblando y muerto de frío para secarlo con una toalla. 

Minutos antes de que casi perdamos a Pío por el río.

A lo largo de todo el viaje con Pío, cualquier persona que se nos acercaba nos preguntaba lo mismo: -¿Que van a hacer con el pollito cuando tengan que volver?- -¿Se lo van a llevar de vuelta?- -¿Lo van a regalar?- -¿Lo van a vender?- -¿Se lo van a comer?- Aunque esta última era muy tentadora, teniendo en cuenta que hace semanas -muchas semanas- que no comíamos carne, no fue la decisión que tomamos para decepción de nuestros estómagos. Para ser sincero, en alguna ocasión, un poco en chiste un poco verdad, se barajó esa posibilidad: nos parecía un final digno.  No nos gustaba mucho la idea de regalarlo para que después alguien más se lo coma. Igualmente, a medida que pasaba el tiempo y nos encariñábamos más con él no nos creíamos capaces de matarlo para comerlo. Traerlo de vuelta era burocráticamente y económicamente muy complicado, entonces esa opción también quedó descartada. De todas maneras, y  más allá de la opinión de cada uno, la ultima palabra la tenia Claypole.  El fue el que lo adoptó, lo crío y lo cuidó asombrosamente bien para la sorpresa de mucho de nosotros. Siempre lo tenía encima, lo llevaba a todos lados y jamás se quejaba, se preocupaba porque tenga comida y agua y se encargaba de cambiarle de casa cuando era necesario. Les puedo asegurar que no deber ser muy cómodo caminar durante varias horas con una mochila de 18 kilos en la espalda, una adelante un pollito en la mano teniendo que subir montañas, cruzar ríos, caminar por el medio de la selva y por la ruta. Entonces a la hora de tomar la decisión final,  él era el que tenía la última palabra. Después de todo era su mama.


Pío - Pío durmiendo una siesta en la playa. Le encantaba revolcarse en la arena.

    





Como no podía ser de otra manera, recién en los últimos días de viaje Claypole encontró un nuevo hogar para Pío. Y era inmejorable:
 el Parque Nacional Tayrona, el punto culmine de nuestro viaje. Caminando por una de sus playas paradisíacas se topó con un parador que tenia muchas gallinas dando vueltas, se acercó con Pío y después de una breve introducción, le preguntó si podía dejárselo. La mujer encantada accedió. El último día, antes de volver a Taganga, cada uno de nosotros se despidió de Pío y lo dejamos en su nueva casa. Una intensa sensación de que todo estaba terminando nos invadió  cuando hicimos esto. 


 
Turisteando por Cartagena de Indias con Pío bajo el brazo.


 Claypole y Pío - adentro de su casa- en el Tayrona.

No tengo duda que Pío - Pío fue la envidia de muchos pollitos. Nacido en una de las provincias mas pobres de Ecuador, fue elegido entre decenas de ellos para sumarse al tramo final de un viaje de cinco amigos que venían de Argentina, logró cruzar de frontera cual mexicano buscando un futuro mejor en tierras gringas, atravesó Colombia de sur a norte, hizo  1652 kilómetros a dedo, recorrió ciudades como Cali y Medellín, acampó al costado de la ruta, en la selva, en la playa, caminó por el eje cafetero, viajó en colectivo, subte, y llegó a una de las ciudades mas asombrosas del continente: Cartagena de Indias. Conoció y tuvo el placer de nadar en las aguas calidas del mar caribe para finalmente terminar viviendo en unas de las reservas naturales más increíbles del mundo: el parque nacional Tayrona. Que decir, ese pollito sí supo progresar en la vida.























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