Camino a Colombia: La recta final.



     ¿Qué carajo pasó en estos seis meses? Sólo eso podía pensar cuando estaba llegando a Tulcán, la frontera de Ecuador con Colombia. Tanto tiempo habíamos esperado ese momento que no parecía real. Todo había pasado tan rápido que no podía creerlo. Ya estábamos cruzando la frontera del último país que íbamos a recorrer antes de volver a Buenos Aires. Que duro cuando los pensás así ¿no? Hace dos años, con Burzaco hicimos un viaje como turistas de 22 días donde recorrimos las ciudades más turísticas de Bolivia y un poco de Perú. Cuando volvimos de ese viaje sentimos que teníamos que hacer algo más grande.  Era nuestra primera experiencia mochilera fuera de nuestro país y nos había sido suficiente para nosotros. En esas vacaciones, la semilla del viajero se había plantado en nosotros y solo era cuestión de tiempo para que empiece a crecer. . Así fue que, unas semanas después de haber vuelto a Buenos Aires, nos juntamos en mi terraza para tomar unas birras y empezamos a planificar un viaje por Brasil. Lo primero que hicimos fue abrir un mapa e imaginarnos una posible ruta de viaje, lugares y ciudades donde podíamos quedarnos. Solo estábamos un poco borrachos y estábamos boludeando. Fue como si dijéramos: Che ¿estas para recorrer todo Brasil a dedo por 3 meses? De un segundo a otro estábamos planificando un viaje. Nunca hubiera imaginado que de eso iba a surgir algo como lo que pasó.




      De alguna manera, el plan ya estaba en marcha, y por unos meses, dejamos de hablar del tema. Ese verano, yo viaje por mi cuenta durante un mes por la Patagonia con un amigo y Burzaco se quedó trabajando.  A pesar de haber tenido un gran viaje y experiencias inolvidables, sentía que me faltaba (o necesitaba) todavía más tiempo en la ruta.  Así fue que con Burzaco nos volvimos a juntar en mi casa para hablar de ese viaje que habíamos imaginado unos meses atrás. El plan de viajar durante 3 meses por la costa brasilera lo terminamos modificando y decidimos viajar durante 6 meses por todo Brasil.Una vez tomada la decisión, nos empezamos a juntar para hablar del viaje. Ya teníamos planificada una posible ruta, ya teníamos pensadas varias maneras de hacer plata durante el viaje. Mirábamos el mapa y nos imaginábamos como serian esas ciudades que unos meses después íbamos a conocer.  En Junio, le contamos a los pibes lo que íbamos a hacer y, lo que paso después de eso, todos lo sabemos.  De alguna manera, y sin darme cuenta, 8 meses después de haber tomado la decisión de viajar por un tiempo largo, me estaba subiendo a una kombi Volkswagen para recorrer todo el continente con mis amigos de toda la vida.


         En el momento en que entre con Burzaco a Colombia (lamentablemente, terminamos entrando todos por separado a nuestro último destino), todo paso por mi cabeza, todos esos momentos que pasamos juntos re-modelando la kombi, el día que salimos de viaje y por todo lo que pasamos en estos 6 meses para llegar a nuestro objetivo. Hubo momentos en que pensamos que no íbamos a llegar, situaciones muy complicadas que nos pusieron a prueba. Pero siempre salimos adelante sin importar cuantas veces el motor se rompía o si teníamos que dejar la kombi en Rio de Janeiro.  Poco importo que nos hayan robado alguna vez o si por momentos nos quedábamos sin plata y nos las teníamos que rebuscar. Finalmente llegamos a Colombia, y todos los problemas que tuvimos en el camino, se convirtieron solo en  anécdotas. 


Primer dedo en rutas Colombianas.


       Como ya dije antes, a Colombia entre solo con Burzaco. Después de encontrarnos en Otavalo (un pueblo al norte de Ecuador) salimos a la ruta para hacer dedo. Después de esperar algunos minutos, Sasha nos levantó en su Renault y nos tiró hasta Tulcán, el pueblo fronterizo. Nuestra primera parada en Colombia iba a ser Cali (la capital mundial de la salsa) y teníamos casi 500 km por delante. Una vez que hicimos migraciones, y después de haber festejado, nos fuimos a la ruta a seguir haciendo dedo. Se estaba haciendo de noche y no queríamos dormir en la frontera. Solo esperamos cinco minutos cuando un auto se frenó y nos subimos a los asientos de atrás de una Clío. El conductor era una mujer de 50 años con su hijo y nos dejaron en Ipiales, la próxima ciudad. Con los dos primeros colombianos que conocimos ya estábamos corroborando la calidez colombiana de la que tanto nos habían hablado. Su hijo había estudiado en La Plata y, durante los pocos minutos que estuvimos en el auto, hablamos de un montón de cosas. A pesar de que ellos iban al centro de la  ciudad, se molestaron en dejarnos a las afueras para que sea más fácil acampar sin antes disculparse por no podes hospedarnos en su casa. Cuando llegamos a la ruta todavía quedaba un poco de luz y decidimos seguir probando suerte con el pulgar. A los pocos segundos (ni siquiera minutos) una camioneta freno y nos subimos a caja rumbo a Pasto. Tres horas después estábamos a las afueras de la ciudad buscando un lugar donde acampar. Cuando ya estábamos a punto de irnos a dormir, fuimos víctimas una vez más de la hospitalidad de los colombianos y un pibe nos invitó unas cervezas en un bar donde se juntaban a escabiar y jugar al sapo los trabajadores de una empresa de gas. Después de un par de cervezas y "shots" de brandy rechazamos la invitación de nuestro amigo a una fiesta y nos fuimos a dormir. 



      Al otro día, cuando nos levantamos, nos empezó a agarrar hambre y nos dimos cuenta que no teníamos guita colombiana. Pasamos con tanta euforia la frontera el día anterior que nos olvidamos cambiar algunos dólares en la frontera. Por eso, nos fuimos al centro de Pasto a trabajar juntos despues de mucho tiempo (desde Rio de Janeiro que no compartíamos semáforo) Por suerte, Pasto resulto ser una buena ciudad para trabajar y en solo dos horas hicimos suficiente guita para sobrevivir los próximos días en la ruta. Después de almorzar en una estación de servicio volvimos a la ruta para hacer dedo. Estábamos a solo 390 km y pretendíamos llegar ese día a Cali. A los pocos minutos de hacer dedo, una pareja mayor nos levantó y nos tiró hasta el pueblo de El Cofre, a unos pocos kilómetros de donde estábamos. Cuando bajamos de su auto, caminamos algunas cuadras hasta la salida del pueblo. Después de llegar a la ruta hicimos dedo por un rato hasta que un Transformers o camión amarillo  (era realmente muy difícil de discernir) freno y se ofreció llevarnos hasta las afueras de Cali. El conductor del camión se llamaba Benedicto, un peruano de 45 años que hace casi un año se estaba dedicando a transportar turistas desde Cartagena de Indias hasta Buenos Aires en una especie de tour exprés por los lugares mas turisticos de Sudamérica  (si puede existir tal cosa) que duraba dos meses y medio. El camión tenía 20 asientos, una biblioteca, cocina, comida y carpas. Todo para que el gringo pueda tener una  "full south-american experience" por "solo" $5000 dólares. Por su parte,  Benedicto era una persona  muy sencilla y amable la cual, gracias a su trabajo, tuvo la oportunidad de salir de su ciudad (Cusco) y recorrer el continente. Tan grande fue el cambio que sufrió su vida gracias a su nuevo  trabajo que ahora soñaba con trabajar cinco años en esta empresa, juntar plata, y comprarse un motor-home para salir a recorrer el mundo.




      A pesar de haber tenido mucha suerte con el dedo, iba a ser muy complicado llegar ese día a Cali. Aunque era temprano cuando nos subimos al camión de Bene, el tramo que quedaba  hasta llegar a Cali estaba lleno de curvas y la ruta tenía muchas partes que estaban en construcción haciendo que se tarde más de lo normal. Pocos nos importaba eso, las rutas colombianas son de las más hermosas que conocimos y queríamos tomarnos el tiempo necesario para recorrerlas. A sus costados, el paisaje (siempre verde) iba mutando y pasaba por valles, cultivos, montañas, sierras pampas y pueblos hermosos. Por momentos, entrabamos en un tramo donde cientos de árboles de mango poma (un fruto que se consume mucho en Cali) rodeaba la ruta. Las cosas estaban fluyendo de una manera que nos generaba mucha confianza, el dedo estaba funcionando a la perfección y estábamos conociendo personas increíbles. Esa noche, a unos pocos kilómetros de Popayán, (la ciudad donde íbamos a pasar la noche) la policía nos frenó. Al parecer, Bene estaba circulando ilegalmente ya que en Colombia hay una medida que los camiones grandes no pueden circular después de las cinco de la tarde y ya eran casi las seis. Desde el momento en que nos detuvo, el oficial lo trato de la peor manera a Benedicto. Le faltaba el respeto y lo intimidaba constantemente. Primero, lo agitaba diciéndole cosas como: "Como se dice "marica" en tu lengua (el quechua)" y después le pidió absolutamente todos los papeles que pudo.  Lo amenazaba a Benedicto diciéndole que iba  hacerle una multa  y le retenía los documentos sin ninguna explicación. Para que quede quede claro, Benedicto siempre accedio a pagar la multa correspondiente pero el policia queria arreglarlo de otra manera llenando sus bolsillos. Por suerte nuestro amigo no cedió y, el policía, después de darse cuenta que no le iba a sacar plata y que no le convenía hacerle una multa a un camión turístico de una empresa extranjera se quedó pillo y le devolvió los documentos. Esa noche agasajamos a nuestro chófer con unos fideos y dormimos adentro del camión.


Benedicto manejando a "Rosita", su camión.


Antes de despedirnos de Bene.

        Cuando me levante a eso de las seis de la mañana,  hace ya unas horas que el camión estaba en movimiento rumbo a Cali. Benedicto había tenido el gesto de no levantarnos cuando arranco el camión. Ese día a las 11 de la mañana y después de compartir un día entero con Bene, nos despedimos de nuestro amigo y nos bajamos en la Florida, a 46 km de Cali. Cuando volvimos a salir a la ruta para hacer dedo un taxista nos levantó y se ofreció llevarnos hasta un pueblo a las afueras de la ciudad. Su nombre era David, era moreno, alto, tenía un poco más de 30 años y recién estaba empezando su jornada laboral. En el asiento del acompañante estaba sentado un señor de más de 60 años el cual nos regaló $2000 colombianos y se bajó a los pocos kilómetros. Con David nos pasó algo muy loco, se suponía que el tipo nos iba a llevar a un pueblo a las afueras de la ciudad pero en vez de eso, nos terminó llevando a la zona más turística donde se encontraban los hostales sin ningún costo, nos regaló $4000 colombianos y nos pasó su número de teléfono. Todo porque al vernos en la ruta tuvo una especie de epifanía y nos levantó. Era un fiel creyente del karma y por lo que nos dijo, tenía muchas deudas, entonces decidió ayudarnos para que el universo lo termine retribuyendo. Cosas que solo te pasan haciendo dedo. La cuestión es que pegamos tanta onda con David que terminamos hablando de todo, de nuestro viaje, de sus sueños, de la vida y de todos los tópicos que se puedan abarcar en una hora y media adentro de un auto. David era una persona trabajadora, sencilla, sincera y muy extrovertido. Con el puse en duda absolutamente todos los prejuicios que tenia sobre los taxistas. Tenia que ser colombiano.


    Así fue que después de tres días en la ruta habíamos llegado a Cali. Todavía no habíamos encontrado un lugar donde hospedarnos (había mandado un montón de solicitudes por Couchsurfing y nadie nos podía hospedar), no nos quedaba mucha plata y hace días que no sabíamos nada de los chicos. Pero no nos podíamos quejarnos, las cosas nos estaban saliendo bien y tenia el presentimiento que en Colombia las cosas iban a ser muy intensas.


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