Camino a Guayaquil: Cómo hacer 1500km con 50 soles en el bolsillo.
Desde que empezó
el viaje, y con la kombi andando, sabíamos que un dia nos íbamos a lanzar a la
ruta a hacer dedo. Lógicamente, no sabíamos en que momento ni en que parte del
viaje. Si pretendíamos ser mochileros de pura cepa en algún momento nos íbamos
a tener que aventurar y probar nuestra suerte en la ruta. Por cuestiones de
tiempo decidimos no hacerlo en Brasil ni en Bolivia (donde casi ni se
acostumbra a hacer dedo porque es muy difícil que te levanten). Finalmente
decidimos hacerlo en el tramo que divide Lima (nuestro último destino) de
Guayaquil, Ecuador. Fiel a nuestro estilo, teníamos que hacer 1500 km en solo 4 días (ya
que nos esperaba Fer, una persona que conocí por medio de Couchsurfing) y el
tiempo empezaba a correr. De los cinco yo era el único que tenía experiencia
haciendo dedo. Si bien hacer dedo es una buena manera de ahorrar plata cuando
esta escasea o directamente no existe, creo que es una buena forma de poner a
prueba la paciencia de uno y darse la oportunidad de conocer personas muy
interesantes y tener experiencias inolvidables. También creo que hacer dedo no
es para cualquier. Hay que tener bastante aguante para esperar por horas y
horas abajo del sol, dormir en cualquier lugar y sobre todo, entregarle al destino la suerte de uno y
saber que las cosas no van a salir como uno lo espera.
Teniendo en cuenta todo esto, el lunes 3 de septiembre al mediodía salimos de Lima y nos tomamos un bondi de 2 horas a un peaje a las afueras de la ciudad para que sea más fácil que nos levanten. Después de estar una semana en la ciudad solo tenía 50 soles ($550 argentinos) en el bolsillo que los tenía que hacer estirar hasta llegar a Guayaquil. Una vez en el peaje decidimos dividirnos en dos grupos para que sea más fácil que nos levanten. No podíamos pretender que alguien iba a tener lugar en su auto para todos y, sobretodo , nadie se iba a animar a levantar a 5 tipos con sus mochilas. Por un lado estábamos Claypole, Mármol y yo y por otro Burzaco y Don Torcuato. Si hay algo que me encanta de nuestro grupo y de nuestro viaje es la fluidez con que decimos las cosas y con la confianza que actuamos pensando que las cosas siempre van a estar bien. El reflejo de eso fue la manera en que nos despedimos. Antes de separarnos nos dijimos: "Chicos nos vemos en Ecuador. Suerte". Como quien dice “en dos horas nos vemos en tu casa”. Con esas palabras nos despedimos de los pibes sabiendo que era muy probable que los veamos dentro de una semana.
Arriba de un camión viendo la ruta desde otro enfoque.
Después de dividirnos, ese peaje se convirtió en el punto de partida y la casa de Fer en Guayaquil la llegada. En el medio teníamos 1500 kilómetros y la incertidumbre de que cualquier cosa podía pasar. A los pocos minutos de empezar a hacer dedo, un auto freno para hablar por teléfono y Claypole aprovecho la oportunidad para preguntarle si nos podía llevar unos pares de kilómetros. El conductor se llamaba Ricardo, era un hombre arriba de los 50 años, ingeniero de profesión y con una docena de viajes por el mundo en su curriculúm. Nuestro primer chofer se dirigía a Chancay, un pueblo a solo 75 km de donde nos levantó. Cuando estábamos llegando a su destino, Ricardo tuvo otro gesto de amabilidad y decidió pasarlo de largo para dejarnos a las afueras de Huacho, una ciudad que queda a 140 kilómetros de Lima. Una vez ahí ya era casi de noche (empezamos a hacer dedo a las 3 de la tarde algo muy poco recomendable). Cuando nos bajamos del auto de Ricardo volvimos a alzar nuestros pulgares y a los pocos minutos un bondi de larga distancia nos frenó y nos dijo que nos llevaba hasta Chimbote, una ciudad a 291 km de ahí. Era nuestro primer dia en la ruta y en solo unas pares de horas ya habíamos hecho casi un tercio de todo el recorrido. Tengo que admitir que hay que tener mucha suerte para que te levanten siendo tres personas en un colectivo de larga distancia. Nuestra suerte seguía mejorando cuando nos subimos al bondi y este era semi-cama y encima tenía para cargar el celular. Cuando llegamos a la terminal de Chimbote, y después de comer algo en la calle por 5 soles, tiramos nuestras mochilas y bolsas de dormir en el estacionamiento de la terminal para pasar la noche. Esa misma noche una fanática de Jesús se nos acercó y después de hablar un poco nos preguntó si nos podía bendecir. Como nunca está de más le dijimos que sí y la situación se torno bastante graciosa. La señora nos puso la mano a Mármol y a mí sobre las cabezas y empezó a predicarnos algunas palabras mientras le pedía a Claypole que le saque fotos para mostrarle a su pastor. Parecía que nos quería sacar el demonio de adentro. Cuando termino nos regaló un chocolate y nos fuimos contentos y purificados a dormir.
Teniendo en cuenta todo esto, el lunes 3 de septiembre al mediodía salimos de Lima y nos tomamos un bondi de 2 horas a un peaje a las afueras de la ciudad para que sea más fácil que nos levanten. Después de estar una semana en la ciudad solo tenía 50 soles ($550 argentinos) en el bolsillo que los tenía que hacer estirar hasta llegar a Guayaquil. Una vez en el peaje decidimos dividirnos en dos grupos para que sea más fácil que nos levanten. No podíamos pretender que alguien iba a tener lugar en su auto para todos y, sobretodo , nadie se iba a animar a levantar a 5 tipos con sus mochilas. Por un lado estábamos Claypole, Mármol y yo y por otro Burzaco y Don Torcuato. Si hay algo que me encanta de nuestro grupo y de nuestro viaje es la fluidez con que decimos las cosas y con la confianza que actuamos pensando que las cosas siempre van a estar bien. El reflejo de eso fue la manera en que nos despedimos. Antes de separarnos nos dijimos: "Chicos nos vemos en Ecuador. Suerte". Como quien dice “en dos horas nos vemos en tu casa”. Con esas palabras nos despedimos de los pibes sabiendo que era muy probable que los veamos dentro de una semana.
Arriba de un camión viendo la ruta desde otro enfoque.
Después de dividirnos, ese peaje se convirtió en el punto de partida y la casa de Fer en Guayaquil la llegada. En el medio teníamos 1500 kilómetros y la incertidumbre de que cualquier cosa podía pasar. A los pocos minutos de empezar a hacer dedo, un auto freno para hablar por teléfono y Claypole aprovecho la oportunidad para preguntarle si nos podía llevar unos pares de kilómetros. El conductor se llamaba Ricardo, era un hombre arriba de los 50 años, ingeniero de profesión y con una docena de viajes por el mundo en su curriculúm. Nuestro primer chofer se dirigía a Chancay, un pueblo a solo 75 km de donde nos levantó. Cuando estábamos llegando a su destino, Ricardo tuvo otro gesto de amabilidad y decidió pasarlo de largo para dejarnos a las afueras de Huacho, una ciudad que queda a 140 kilómetros de Lima. Una vez ahí ya era casi de noche (empezamos a hacer dedo a las 3 de la tarde algo muy poco recomendable). Cuando nos bajamos del auto de Ricardo volvimos a alzar nuestros pulgares y a los pocos minutos un bondi de larga distancia nos frenó y nos dijo que nos llevaba hasta Chimbote, una ciudad a 291 km de ahí. Era nuestro primer dia en la ruta y en solo unas pares de horas ya habíamos hecho casi un tercio de todo el recorrido. Tengo que admitir que hay que tener mucha suerte para que te levanten siendo tres personas en un colectivo de larga distancia. Nuestra suerte seguía mejorando cuando nos subimos al bondi y este era semi-cama y encima tenía para cargar el celular. Cuando llegamos a la terminal de Chimbote, y después de comer algo en la calle por 5 soles, tiramos nuestras mochilas y bolsas de dormir en el estacionamiento de la terminal para pasar la noche. Esa misma noche una fanática de Jesús se nos acercó y después de hablar un poco nos preguntó si nos podía bendecir. Como nunca está de más le dijimos que sí y la situación se torno bastante graciosa. La señora nos puso la mano a Mármol y a mí sobre las cabezas y empezó a predicarnos algunas palabras mientras le pedía a Claypole que le saque fotos para mostrarle a su pastor. Parecía que nos quería sacar el demonio de adentro. Cuando termino nos regaló un chocolate y nos fuimos contentos y purificados a dormir.
Al otro dia, y ni bien amaneció, la policía
nos levantó amablemente diciéndonos que ya nos teníamos que ir de ahí y nos
tomamos un taxi a las afueras de la ciudad para seguir nuestro camino. Cuando
llegamos a la ruta empezamos a hacer dedo y después de un par de horas sin ser
levantados, apareció un señor con su moto taxi repleta de bananas y frenó a
hablar con nosotros. Casualmente era otro devoto de Jesús y nos empezó a
preguntar si éramos casados. Cuando Mármol y yo le respondimos que estábamos de
novios él nos preguntó si habíamos tenido relaciones con nuestras parejas.
Cuando yo le respondí que sí, empezó a decirme que estaba en pecado y empezó a
darme razones por las cuales tenía que casarme si quería coger. Sinceramente
cuando me dijo que estaba en pecado por tener sexo (sin contar que me parecio bastante atrevida su pregunta) le deje de prestar atención y empecé a mirar
las miles de bananas que tenía en su tráiler. Después de algunas lecciones de teología
dejo de hablarnos y se copó con los pibes regalándonos un montón de bananas.
Parece que Dios estaba escuchando nuestros estómagos rugir y nos iba dando
comida por medio de sus fieles. Cuando el “Señor de las Bananas” se retiró
decidimos subdividirnos y Claypole se fue a hacer dedo solo mientras Mármol y
yo nos quedamos esperando. A los pocos minutos de su ida, nos frenó Dani, un
camionero de 26 años muy copado que, casi por obligacion, le
entrego su juventud al camión. Dani nos dejó a las afueras de Trujillo, una
ciudad a 130km de Chimbote. Cuando llegamos a la ciudad y después de almorzar
algo en la calle (por otros 5 soles), Claypole nos mandó un mensaje diciéndonos que estaba arriba
de un camión yendo a Chiclayo una ciudad a 204 km de donde estábamos nosotros.
Cuando nos separamos de Claypole esa mañana, estábamos confiando en nuestra
suerte y la de nuestro amigo (el tipo tiene muchísima suerte) ya que nos estábamos
separando sabiendo que quizás la ruta nos iba a reencontrar otro dia. Mientras nosotros estábamos yendo a Trujillo,
Claypole ayudo a una señora que se le había quedado el auto. El mismo la llevo
a ella por unos kilómetros hasta su destino. Cuando la dejo, ella le regalo comida,
bebidas y le dio 20 soles por una pulsera y por haberla ayudado. Después de esa
secuencia media bizarra nuestro amigo se acercó a una estación de servicio y al
primer camionero que encontró le pregunto si podía llevarlo unos pares de kilómetros.
Este se copó y asi fue que salto a la parte de atrás del camión de Vicente, un
hombre cerca de los 40 bastante callado que estaba llevando materiales de construcción
a Chiclayo (una ciudad a 340km de donde estaba Claypole). Para redondear y
confirmar nuestra suerte, Claypole le pregunto a Vicente si podía levantarnos a
nosotros en Trujillo y este le dijo que si. Asi fue que estuvimos más de 3 horas
en la parte de atrás del camión de Vicente contemplando nuestro primer
atardecer en la parte de atrás de un camión. Nuestro segundo chofer del dia nos dejó en un puesto de control a las afueras
de Chiclayo ya que él iba a pasar la noche ahí y se iba a desviar al otro dia
para descargar los materiales. Esa noche, después de cenar, dormimos los
3 arriba del camión de Vicente entre tejas y ladrillos dandole un fín la segunda
jornada de dedo.
A las 3 de la
madrugada del otro dia, Vicente nos levantó para decirnos que se tenía que ir y
como era muy temprano para hacer dedo decidimos tirar las bolsas de dormir al
costado de la ruta y seguir durmiendo. Estaba sorprendido por la capacidad que teníamos
para dormir, literalmente, en cualquier lado y en cualquier posición sin ningún
problema. Supongo que si uno pretender viajar a dedo tiene que estar listo para
conciliar el sueño en cualquier lugar. Después de completar nuestra 8 horas
de sueño volvimos a hacer dedo en el puesto de control y al toque nos subimos a
una combi llena de trabajadores rumbo a Chiclayo. Cuando llegamos a la ciudad nos
tomamos dos motos taxis, un bondi y caminamos para llegar a la ruta. Una vez ahí
empezamos a hacer dedo, eran las 8:30 am y el sol ya empezaba a pegar. La tercera
jornada de dedo no empezó como esperábamos. Tampoco podíamos pretender que nuestra
suerte iba a ser constante. Estuvimos 5 horas abajo del sol y nadie nos paraba.
Ya nos habíamos subdividió y tampoco teníamos suerte. Cuando Mármol y yo estábamos levantando las mochilas para irnos a
otro lugar, levanto el pulgar por última vez y un auto frena y nos dice que nos
podia llevar a 100 km de donde estábamos a un parador. El conductor era un
hombre de pocas palabras (mi tipo de conductor) y se llamaba Wilson. A los
pocos metros de levantarnos a nosotros lo encontramos a Claypole en el medio de
la ruta desolado. Cuando lo vemos, le decimos a Wilson que es nuestro amigo y prácticamente
lo obligamos al pobre hombre a subirlo al ya colapsado auto. Cuando nos bajamos en el parador nuestra
suerte se restableció. Después de preguntarles a algunos camioneros, uno de
ellos aceptó llevarnos otros 100 km hasta un puesto de control en la entrada de
Piura, la próxima ciudad importante en el mapa. Cuando nos bajamos del camión,
y después de abastecernos de pan, le preguntamos a un camionero si nos podía
llevar hasta la salida de la ciudad. Asi nos subimos al camión de José por unos
pocos kilómetros. Al bajarnos de su camión ya era casi de noche y pensábamos
que íbamos a tener que acampar en la ruta por primera vez, pero a los poco minutos
una moto taxi frenó y nos llevó en la
caja hasta Sullana, el próximo pueblo. El gesto de ese tipo me pareció súper
amable. El chabón estaba volviendo a su casa después de un dia de trabajo y por
voluntad propia decidió levantar a 3 tipos con sus mochilas por unos kilómetros exigiendo su moto.
La tercera jornada de dedo había empezado media floja pero no podía terminar de
una mejor manera. Estábamos los tres en una caja de una moto que iba a 40 km/h
mirando el cielo estrellado y tapados con una bolsa de dormir. Esa noche
armamos la carpa sobre un pasto deluxe (en palabras de Mármol: “una King-size
en comparación con la parte de atrás del camión de Vicente”) en la puerta de un
salón de eventos. Otra cosa que me gusta de estar en la ruta (o de los viajes
en general) es esa incertidumbre de no saber dónde vas a pasar la noche y como
algunos lugares que jamás pensaste como un buen lugar para dormir se convierten
en el rincón perfecto para tirar la bolsa de dormir. Así fue que en la tercera
jornada de dedo ya estábamos a 1017 km de Lima. Mientras nosotros parecíamos tener una racha
ganadora, a los pibes nadie los levantaba. El primer día habían avanzado solo 70 km
el segundo su suerte parecía no cambiar y avanzaron unos pocos kilómetros. Recién el tercer día pudieron hacer un buen
tramo y un auto los dejó a unos kilómetros de Chiclayo.
La cuarta jornada de dedo no pudo haber sido
mejor. Estábamos a 450 km de Guayaquil y ese día queríamos llegar (y teníamos
la confianza de que íbamos a poder) a la
casa de Fer a la noche. Después de levantar campamento nos cargamos las mochilas y
cruzamos la ciudad a pie para hacer dedo del otro lado. Una vez que llegamos a
la salida del pueblo nos abastecimos nuevamente de frutas y de pan (la dieta
del viajero). Mis escasos 50 soles se estaban empezando a acabar despues de algunos pasajes de colectivo,mototaxis y almuerzos entonces preferí alimentarme esos días
solo de pan, bananas, mandarinas y manzanas para que rindan mas. Cuando llegamos a la ruta vimos un
camión parado, le preguntamos si nos tiraba un par de kilómetros y al aceptar
nos dijo que iba para Tumbes (la ciudad fronteriza con Ecuador). No podíamos
creer nuestra suerte. El dia recién había empezado, ni siquiera habíamos
levantado el pulgar y a la primera persona que le preguntamos, conseguimos que
nos adelante 250km. Asi fue que saltamos a la parte de atrás del camión de José
y nos preparamos para un viaje de 4 horas abajo del sol comiendo frutas y pan.
Las rutas de Perú deben ser de las más lindas de Sudamérica, desde las sierras
en el interior del país hasta las playas del norte las rutas van cambiando cada
pocos kilómetros de paisaje. La ruta que va desde Sullana hasta Tumbes empieza metiéndose
en la selva, pasa por el desierto, por valles y termina bordeando el Pacifico pasando
por playas como Máncora y Punta Sal. Cuando llegamos a Tumbes nos tomamos un
taxi hasta la frontera que estaba a unos pares de kilómetros para hacer
migraciones. Perú nos despidió de una excelente manera. Después de abastecernos de
algunas bananas de una plantación que estaba al costado de la ruta, la policía
nos levantó y nos llevó hasta las oficinas de migraciones. El gesto de esos policías
lo tome como una disculpa después de la mala experiencia que me hicieron pasar
sus colegas en Cusco (leer Soy músico y soy un delincuente.) Cuando terminamos
de hacer migraciones salimos a la ruta para hacer dedo, ya eran las 4 de la
tarde y queríamos llegar esa misma noche a Guayaquil que estaba a solo 240 km de
donde estábamos. Ni bien salimos a la ruta y sin haber levantado el pulgar, un
auto se frenó y nos ofreció llevarnos a Guayaquil (mas específicamente a la
puerta de la casa de Fer) por $8 dólares entre los 3. Para el que no sepa,
desde el 2001 (y gracias a un fraude por parte del gobierno) la moneda de
Ecuador es el dólar estadounidense.
Volviendo a nuestra travesía, el
conductor del Volkswagen se presentó como Antonio, un ex militar de 60 años un
poco facho pero no tanto para ser militar. Después de subir las mochilas,
arrancamos rumbo a Guayaquil comenzando así el tramo final de nuestra aventura.
Esa noche entramos a la ciudad con un temblor de 6.8 que no sentimos por haber
estado en el auto. Antonio nos dejó en la casa de Fer a las 10 de la noche y
así después de 3 autos, 1 ómnibus de larga distancia, 3 moto taxis, 2 taxis, 1
colectivo de línea, 2 camionetas y 5 camiones llegamos a nuestro destino
cansados, quemados y necesitando una ducha.
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