Las dos caras de Rio de Janeiro: Parte 1



El 26 de junio llegamos a Rio de Janeiro, nuestro último destino importante dentro de Brasil y, si se quiere, el cierre a la primera etapa de nuestro viaje. Muchas cosas nos dijeron de esa ciudad antes de conocerla y la mayoría eran advertencias de lo peligrosa que era. Cuando todavía estábamos en Buenos Aires planeando esta aventura y le comentábamos a la gente que íbamos a pasar por Rio, absolutamente todos nos decían que tengamos mucho cuidado en esa ciudad. Muchas de esas personas ni siquiera habían ido  pero argumentaban que un conocido de ellos viajo para allá y le había dicho que era muy peligroso. El famoso "me lo dijo el amigo de un amigo". Nunca me gustó que me hablen demasiado de un lugar el cual voy a visitar, prefiero descubrirlo por mi cuenta y sacar mis propias conclusiones. Siento que es como cuando te cuentan mucho la trama de una película o de una serie. En lo personal, yo llegaba a Rio con otras expectativas y con otro entusiasmo, ya que iba a reencontrarme  con Camí, mi novia,  después de tres meses de estar separados. Con este panorama llegamos a Rio de Janeiro, unas de las ciudades más  importantes de Sudamérica y del mundo, buscando derribar o reafirmar todo lo que se dice de ella.


Claypole debajo de la kombi cambiando un repuesto en la entrada de la ciudad de Rio de Janeiro.


Ya establecidos en la Avenida Atlántica, enfrente a la playa de Copacabana.

Como ya dije antes, a Rio llegamos totalmente condicionados por lo que nos había dicho la gente, es por eso que, por primera vez en el viaje, tomamos en cuenta la posibilidad de pagar algún estacionamiento para dejar la kombi, en vez de establecernos en cualquier calle como lo veníamos haciendo. La primera noche nos quedamos a dormir enfrente de la playa de Copacabana. Quien pudiera hospedarse frente a una de las playas más importantes del continente sin pagar un peso. Teníamos la idea de quedarnos solo esa noche y, por la mañana, buscar un lugar más seguro. Teóricamente, ese lugar era peligroso y no nos convenía quedarnos. De todas maneras nos terminamos quedando absolutamente todos los días que estuvimos en Rio y desafiamos a la supuesta inseguridad que envuelve las calles de esa ciudad.


Copacabana


Lean, Don Torcuato, yo y Burzaco en Praia Vermelha. Atrás, el pan de azúcar.

Los días previos a la llegada de Camí recorrimos un toque la ciudad buscando los mejores semáforos para trabajar. Después de laburar un par de horas y no recaudar mucha guita, Burzaco y yo nos dimos cuenta que trabajar en Río iba a ser mucho más complicado de lo que esperábamos. En una mañana de trabajo no llegábamos a hacer ni un tercio de lo que hacíamos un día promedio en cualquiera de las otras ciudades a las que fuimos. Mientras nosotros divagamos por los semáforos y nos frustrábamos, los chicos pudieron hacer algo más de plata con la venta de pulseras.


Lago Freitas ubicado a pocos metros de la playa de Ipanema  y a minutos del Cerro Corcovado.

  Al tercer día fuimos a buscar a Camí al aeropuerto, y con su llegada empezó otro viaje para mí. Hace ya unas semanas que sentíamos la necesidad de vernos, nos extrañábamos una barbaridad y desde que me fui casi todos los días hablábamos del día en que nos volveríamos a ver. Desde antes de irme teníamos a idea de reencontrarnos en Río de Janeiro, sentíamos que era la ciudad indicada para pasar los días que podíamos juntos y así lo fue. En este viaje las cosas jamás salieron como lo esperaba, pero esos seis días que estuvimos juntos fueron la excepción. Tengo que admitir que ni bien supe que venía a verme a Rio  estaba un poco nervioso ya que en ese momento estaba a más de 600km de ahí y faltaba solo una semana para verla.  En nuestras cabezas teníamos miedo de que algo le pase a la kombi, cosa que realmente sucedió. Cuando ya estábamos a 80km de Rio, la correa del motor se  rompió y ya entrando a la ciudad el cable del embrague se cortó. Por suerte Claypole parece que supo leer el futuro y compro justo esos dos repuestos antes de salir a la ruta en Florianópolis.


Rio nos regalo un atardecer rosado el dia que llego Cami.

  Su visita  fue como un oasis necesario dentro del viaje que estaba teniendo, estuvimos 6 días recorriendo y descubriendo juntos una ciudad increíble cómo lo es Rio de Janeiro. Con su llegada, por primera vez desde que estoy en Brasil  todos los días fueron  soleados  y los supimos aprovechar bien. Nos hospedamos en un hotel que ella alquilo enfrente de la playa de Ipanema, a pocos minutos de donde estaba la kombi en Copacabana. Pase de dormir en el piso de la kombi donde no podía estirar  los pies, a una cama donde podía abrir los brazos y estirar las piernas sin tocar nada a mí alrededor. También pase de compartir un paquete de 13 galletitas entre cinco tipos, a desayunar cereales con granola, frutas, yogurt y huevos revueltos. Uno se acostumbra a esa vida demasiado rápido. Volviendo a esos seis días que estuvimos juntos, aprovechamos el tiempo al máximo y recorrimos  todos los puntos turísticos más importantes de la ciudad. Fuimos al Cristo redentor y al pan de azúcar, recorrimos los parques naturales de la ciudad, conocimos la laguna y  así construimos infinidad de recuerdos juntos.


Escuela de Artes ubicada en el Parque Lage.


Con Cami en el Lago Freitas.

  Antes de irme de viaje mucha gente pensaba y me decía que no iba a ser posible hacer este viaje estando de novio. Algunos le hacían entender (y lo siguen haciendo) a Camí que  iba a ser una tortura para ella. No podían entender cómo de alguna manera "me permitía" hacer este viaje, pero cuando uno está tan enamorado como lo estamos nosotros, uno se puede ver reflejado en la otra persona y ninguno de los dos va a limitar la libertad del otro. Tanto ella como yo sabíamos que nuestra relación es lo suficientemente fuerte como para afrontar estos meses que estamos separados. En todo este tiempo nos dimos cuenta que, a medida que se alarga la distancia física, la sentimental se acorta y eso genera que estando a miles de kilómetros nos sintiéramos tan cerca.


El piso es de nubes. Con Cami en el mirador del Cristo Redentor.

Cuando volví a la kombi después de mi pseudo luna de miel sentí que me había ido hace meses de ella. Mientras yo estaba conociendo la cara más turística y "amigable" de Rio de Janeiro los chicos estaban descubriendo la otra parte de esta ciudad que se contradice en cada esquina. Nuestra casa al parecer se había convertido en un punto de encuentro donde caían personas  de todo tipo, con las cuales  habían generado algún tipo de vínculo. Muchas de las chicas que laburaban en la calle de noche se acercaban a nosotros para ranchar y hablar un poco de la vida. También aparecían otros personajes que vivían en la calle y querían saber quiénes eran sus nuevos vecinos. Era tan así la situación  que algunas de esas personas,  que nunca me habían visto, me preguntaba quién era yo mientras estaban sentados en el sillón de mi kombi. Tengo que admitir que algunas de esas secuencias no me cayeron nada bien y tuve algún que otro disgusto.






Santi, Pascual (un amigo que hicimos en Copacabana) y Don Torcuato en el Cristo.

Antes de irme habíamos pactado que cuando yo vuelva,  nos íbamos  a ir de Rio, pero cuando volví me di cuenta que eso iba a ser imposible. La caja de dirección de  la kombi se había roto y, para  colmo, uno de estos personajes que  se acercaba  a la kombi se había  robado la poca plata  que teníamos en la billetera. A todo esto hay que sumarle la llegada de Santi y Lean, los gemelos cordobeses que conocimos en Santo Tomé.


El Comandante al lado de la moto de Santi.
Para los que recién se suman a esta historia, hace dos meses cuando fundimos el motor terminamos en la Parrilla del Cordobés, un comedor en la ruta 14. El dueño de la parrilla fue la  persona que nos ayudó a pasar el motor a Brasil y así repararlo. En esos días que nos hospedamos en el comedor, hicimos amistades con sus dos hijos gemelos. Inspirados por nuestro viaje, y quizás buscando algo más en la vida, decidieron ellos también hacer el suyo y se sumaron a nuestra ruta. En el tiempo en que nosotros nos  fuimos arreglaron sus motos, compraron algunas cosas, juntaron plata y se subieron a un camión que los trajo hasta Saõ Paulo donde se subieron a las motos para encontrarnos en Río. La verdad es algo muy bizarro y grato influenciar a una persona que conociste hace solo dos meses y con la que estuviste solo diez días para que cambie el curso de su vida, se calze una mochila y salga a viajar. Tengo el presentimiento que  ahora el desafío más grande no va a ser llegar a Colombia sino mantener una convivencia estable entre siete personas en el transcurso.


Pan de Azucar.

En medio de toda la vorágine que fueron esos primeros días en  Rio de Janeiro, cumplimos tres meses de viaje y en mi cabeza empezó a dar vueltas algo que escuche en un viaje a Bolivia con Camí. Cuando estábamos en Cochabamba, un inglés nos explicó su "teoría de los tres meses". Según el, uno puede definirse y sentirse viajero cuando después de los tres meses de viaje uno no extraña o ,mejor dicho, no siente la necesidad de volver a su casa. No sé si porque hace poco se había ido Camí, o por el hecho de que el aire en la kombi se estaba volviendo un poco denso, o porque empezaba a sentir esa sensación de estancamiento, pero en algunos momentos empezó a padecer los síntomas de los "tres meses de viaje".


Marmol mirando Rio de Janeiro desde la cima del cerro Corcovado.

A los pocos días de retornar a mi casa andante conseguimos un mecánico que vino a arreglar la dirección de la kombi. Para ese entonces, hace ya una semana y media que estábamos en la ciudad y ya queríamos volver a la ruta.  Encima ahora teníamos una razón más para hacerlo ya que las novias de Mármol y Don Torcuato iban a aterrizar en Cusco a mitad de Agosto. A pesar de haber arreglado la dirección todavía no podíamos irnos de Rio de Janeiro, los inconvenientes seguían apareciendo y la ciudad nos iba a retener unos cuantos días más. 


Rio de Janeiro.


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