Vacaciones en General Alvear (O algo parecido)
En
nuestra estadía en General Alvear pasamos por distintos estados de ánimo.
Algunos días puteábamos porque estábamos varados en un lugar donde no podíamos
generar ningún ingreso (la plaza casi siempre estaba vacía) y lo único que
hacíamos era gastar guita y nuestras reservas de comida. Otros días nos
poníamos a reflexionar y nos dábamos cuenta que, a pesar de estar en una
situación complicada, caímos en un lugar en el cual nos sentíamos cómodos. Parecía que estábamos en nuestra casa. Llegamos
con la esperanza de poder arreglar el motor en pocos días e irnos de inmediato, así llegar cuanto antes y de una vez por todas a las tan esperadas Cataratas
del Iguazú. En cambio, nos quedamos casi dos semanas, tiempo más que suficiente
para estar en un pueblo como ese.
Los restos del comedor “El Cheto”
Ni
bien llegamos a Alvear buscamos desesperados una solución para la kombi. Hablamos
con todos los mecánicos que nos recomendaban pero ellos nos decían cosas como: “a la tarde paso” o “en un rato voy” y jamás aparecían. De a poco nos íbamos
dando cuenta del ritmo de la gente del pueblo. Llevamos el motor a otra ciudad
más grande para preguntar precios y nos pasaban cifras que estaban muy por
arriba de nuestro presupuesto. Hablamos con Blanca la aduanera del pueblo y
nos decía que la única manera de pasar a Brasil era con el motor en marcha.
Hasta hablamos con el intendente para que nos de una mano pero no tuvimos repuesta.
Después de mil idas y vueltas, recién a
los 9 días de estar en Alvear empezaron a caer los mecánicos, los paseros (la
gente que filtra cosas por la aduana) y gente que tenía algún motor o repuestos
para vendernos. Parecía que todo el pueblo se puso de acuerdo y decidió venir a
ofrecernos sus servicios después de una semana de estar ahí, como si quisiesen
que nos quedemos en su pueblo el mayor tiempo posible así nunca nos olvidaríamos de él. Y lo lograron.
Mango y Kombi
Algo que me encanta de los pueblos
chicos es que no existen los nombres, todos tienen apodos, “El gordo”, “el
flaco”, “el paraguayo”, “el alemán”. Eso me da una sensación de
intimidad, al ser pocos todos se conocen y cada persona ocupa un lugar determinado
en el funcionamiento del pueblo. Yo tampoco me pude salvar de eso y me llevo mi
apodo: “El gringo” (para que te puse un nombre diría mi vieja)
A pesar de haber caído de casualidad en
este pueblo hay personas que vamos a recordar el resto del viaje. Una parte de
mi (una muy chica tengo que admitir) está
contenta de haber terminado en Alvear. Conocimos mucha gente que la vamos a
recordar el resto del viaje y el resto de nuestras vidas.
Claypole, Don Torcuato y Burzaco.
Por
un lado está “El Cheto", quien, como ya dije en otra entrada, fue nuestro padre
adoptivo, ya que nos brindó todo el apoyo que necesitábamos desde el día que llegamos.
Oriundo de Posadas, Misiones, vive hace ya 30 años en Alvear. Es la clase de
persona que habla poco pero cuando lo hace vale la pena escucharlo. Por su
comedor siempre caían sus conocidos y nosotros nos quedábamos hablando con
ellos. Nos contaban sus historias, nos pasaban contactos de gente que nos podía
dar una mano y nos brindaban su apoyo. Uno de ellos era el “El Poroto”, el
remisero del pueblo. Nació en Alvear y al año se fue a vivir con sus viejos a
Buenos Aires. A los 22 años volvió a su pueblo natal, escapándole a los
quilombos que tenía en la ciudad y buscando una nueva oportunidad. Otra persona que frecuentábamos mucho era “El Pelado”, un porteño que hace 20 años vivía en Alvear, se casó con una mujer del
pueblo y tuvo dos hijas. Aparecía todos
los días por el taller con su hija Luli para preguntarnos como estábamos y
tomar unos mates. Cuando uno está fuera de su casa y se encuentra en una
situación como la que estábamos nosotros necesita tener el apoyo y el cariño de
otras personas. En Alvear por suerte lo encontramos.
El Pelado, Mármol y yo
No es casualidad que casi todas las personas
con las que hablábamos provenían de otros lugares. La gente del pueblo, a pesar
de querer ayudarnos, era muy cerrada con nosotros. A algunos se los notaba un poco
distante. Cuando caminábamos por la calle la mayoría nos miraban dándose cuenta
que no éramos de ahí. O quizás ya somos famosos y nos reconocían.
Don Pedro, inquilino de El Cheto y Claypole
Arriba: Mármol, yo, Poroto, Burzaco, Don
Torcuato y Claypole Abajo: Luli, El
Pelado y El Cheto
Nuestro último día en Alvear arreglamos con
un mecánico, Martínez, para que nos lleve a Santo Tome una
ciudad ubicada a 87 km de donde estábamos. El plan era que nos iba a dejar
cerca de la frontera con Sao Borja (el pueblo fronterizo) al otro día a las
7:30 am. Una vez ahí nosotros teníamos que pasar a Brasil, arreglar con una
rectificadora para que nos vaya a buscar a la frontera y nos lleve al taller en
un remolque. Supuestamente él tenía un contacto en la aduana que nos iba a dejar
pasar la kombi a tiro sin ningún tipo de problema. El paquete completo incluía remolque y gendarme coimeado. Después de hacerle algunas
preguntas aceptamos el trato. Gran error.
La noche anterior a irnos y en medio de
nuestra despedida apareció nuestro amigo Martinez o "El Chori" y nos dijo que teníamos que salir
esa misma noche para evitar los controles de gendarmería en la ruta. En nuestra
inocencia y desesperación no quisimos perder la oportunidad de irnos de ese
lugar y aceptamos creyendo que su argumento tenía algún tipo de lógica. Esa
noche nos dejó a la 1:30 am al costado de la ruta con la promesa de que en unas
horas íbamos a poder pasar la aduana con la kombi y solucionar nuestro
problema.
Pero, no fue así.
Mural en el comedor de “El Cheto”
Cartel en la entrada del pueblo.
Cuanto lamento la engañada...el viaje les pondrá en el camino gente buena. Hermoso todo lo que escribis!
ResponderEliminarSigan adelante con toda esa energía positiva!!